Ramón Afonso
Quién nos iba a decir a finales de los ochenta que aquel muchacho menudito, dicharachero, coquetón y echado palante nos iba a amargar tanto la vida. Fue por esa época cuando José Miguel Barragán, tras un breve paréntesis en Las Palmas, reaparece sorpresivamente por un Puerto Cabras en plena efervescencia política. Juan José Herrera se aprestaba a tomar, por fin, las riendas del Cabildo y su «entusiasmo» generaba un inusitado activismo en una Asamblea Majorera (AM) que ya empezaba a resquebrajarse. Es entonces, en la primavera de 1986, en los albores de aquella campaña electoral, cuando Barragán, desempleado, desarraigado y sin ninguna perspectiva de futuro, comienza a frecuentar el local de Asamblea. No le resultó difícil detectar el enorme desbarajuste organizativo y el caos administrativo que reinaban, generados en parte por la impericia de una militancia que, cargada de razón y convencimiento, se había olvidado de configurar una estructura para la lucha. Esa enorme fragilidad de la popular organización con el tiempo se convertiría en la tabla de salvación de nuestro hombre y, lo que es peor, en su medio de vida.
Salvo esporádicas visitas al cercano Bar de Paquita para tomarse una
menta poleo con Maltesers, se dedica en cuerpo y alma a poner en orden el
cotarro administrativo, sin cobrar un duro —aunque seguramente pensaría que
ya lo haría con creces en el futuro—, sin ningún posicionamiento
político, y ni mucho menos provisto de una ideología definida. Sin oficio
ni beneficio, pero con una capacidad de trabajo a prueba de desaliento, en
seguida se hace con la organización: pone en orden las facturas, contacta
con proveedores, logra que compren ordenadores, organiza las rutas para los
coches con megafonía, supervisa los equipos de sonido... En fin, está
pendiente de todo y libera a los «políticos» de la siempre tediosa
tarea logística.
Herrerita, obsesionado con ganar las elecciones y convencido de que Barragán todavía no le podía hacer sombra, interesadamente lo pone por las nubes y desde entonces José Miguel Barragán empieza a ser más conocido como «el administrativo de AM» que como el hijo de Pepito el dueño del Taramar, aquel bar de la Avenida, junto a la playa de Gran Tarajal, lugar de encuentro emblemático y privilegiado de nativos y visitantes, donde José Miguel ayudaba a sus padres cuando era un muchacho. Envalentonado, no tanto por los elogios sino por las posibilidades de medrar detectadas en los deshabitados territorios organizativos asamblearios, Barragán decide convertirse en político profesional.
Aún hoy destila tan poca sensibilidad social como aquella
tarde en que nos espeto sin más: «Me voy a dedicar a la política». A
partir de entonces solía aparecer con algún libro bajo el brazo, dicen que
hasta llegó a leer alguno. Aún recuerdo cuando en una de sus visitas a
Tenerife apareció por El Hoyo del Ron, aquel bar lagunero atestado de
rojos, anarcos, químicos y borrachuzos, con el Lobo Estepario bajo el
sobaco, mostrándolo como aval de su gran cultura política. Dicen que
la ignorancia es atrevida, quizás por eso se atreve con todo, no hay tema
que no conozca ni materia que no maneje con soltura ni polémica que se le
resista. Hasta se atreve a dar lecciones. En fin.
Sin duda, aprendió muy
rápido, porque seguramente ya se sentía llamado a realizar grandes
hazañas. Pronto descubrió que los partidos que quieren ser algo en esta
versión neooligárquica del poder exigían una militancia con alta
vocación tecnocrática, especializada, gestores dispuestos a «cualquier
cosa» y, cómo no, alejados de discursos y controversias ideológicas,
justo lo que él podía y quería ofrecer. Eso le valió para ser nombrado
coordinador de Asamblea Majorera.
Por supuesto, ya no era aquella Asamblea Majorera valiente, tenaz y plagada de contradicciones que luchaba contra el campo de tiro de Pájara y por la disolución de La Legión —la que casi logra asesinar al entrañable Lalo Mesa y, al mismo tiempo, investía como Caballero de Honor legionario a Eligio Hernández—, la que defendía los ecosistemas y el medio ambiente, combatía la pobreza y la exclusión o potenciaba los servicios públicos... La Asamblea Majorera que promovía espacios de paz, libertad y justicia social. No, la Asamblea del Barragán triunfante y parlamentario autonómico fue la que aprovechó el viraje traicionero de ICAN para diluirse en la Coalición Canaria que promueve el vandálico proyecto de Chillida en Tindaya, los pelotazos de Zerolo y su PGO, la recalificación interesada de terrenos, el puerto de Granadilla y el expolio que significa la Reserva Canaria de Inversiones, la que reforma las leyes que les impiden realizar sus negocietes y chanchullos, la que defiende los intereses de constructores, hoteleros, caza-subvenciones, dirigentes de Cámaras de Comercio y organizaciones patronales en las instituciones ficticiamente democráticas.
Por supuesto, ya no era aquella Asamblea Majorera valiente, tenaz y plagada de contradicciones que luchaba contra el campo de tiro de Pájara y por la disolución de La Legión —la que casi logra asesinar al entrañable Lalo Mesa y, al mismo tiempo, investía como Caballero de Honor legionario a Eligio Hernández—, la que defendía los ecosistemas y el medio ambiente, combatía la pobreza y la exclusión o potenciaba los servicios públicos... La Asamblea Majorera que promovía espacios de paz, libertad y justicia social. No, la Asamblea del Barragán triunfante y parlamentario autonómico fue la que aprovechó el viraje traicionero de ICAN para diluirse en la Coalición Canaria que promueve el vandálico proyecto de Chillida en Tindaya, los pelotazos de Zerolo y su PGO, la recalificación interesada de terrenos, el puerto de Granadilla y el expolio que significa la Reserva Canaria de Inversiones, la que reforma las leyes que les impiden realizar sus negocietes y chanchullos, la que defiende los intereses de constructores, hoteleros, caza-subvenciones, dirigentes de Cámaras de Comercio y organizaciones patronales en las instituciones ficticiamente democráticas.
Por ello, ese otro gran visionario, Paulino
Rivero, supo apreciar la valía de Barragán y juntos conformaron ese
tándem de desclasados que ha puesto rostro al perverso conglomerado de
intereses político-empresariales que significa Coalición Canaria. Los
efectos colaterales de su devastadora acción política traspasaron los
límites de su Herbania natal al convertirse en el capo de la organización
en todo el Archipiélago. Desde hace un tiempo su verborrea con aroma de
pejines y jareas resuena en el Parlamento de Canarias desde la portavocía
de Coalición con descaro y suficiencia, conocedor de su valor como fiel
ejecutor de las políticas cocinadas en los fogones de los lobbies
empresariales.
Nadie duda de su inconmensurable y protagónica labor en esa
banda, Coalición Canaria, que con renovados bríos se ha encargado de
cercenar derechos sociales y laborales, de eliminar servicios públicos
esenciales, de potenciar la precariedad y la exclusión —más de trescientos
mil parados—, en definitiva, de expandir exponencialmente la brecha entre
ricos y pobres. Pero donde su figura se agiganta y adquiere fulgor, a juzgar
por sus intervenciones en debates, entrevistas y tertulias, es a la hora de
utilizar el escarnio, la mentira o el chascarrillo chabacano, sobre todo,
contra aquellos que combaten las antisociales políticas del Gobierno que
sustenta su partido.
Ramón Afonso es activista y colaborador
de Fuerteventura Limpia.
de Fuerteventura Limpia.
MÁS INFORMACIÓN: http://fuerteventuralimpia.blogspot.com